Transformistas en Valdivia:
Las reinas de la Noche
Francisco, Manuel, Gustavo y tantos otros, son hombres que se visten de mujer para realizar un show sobre un escenario. Pelucas, tacones y maquillaje, ocultan un arte poco conocido y distintos sueños de fama.
Publicado originalmente en el año 2003
“No soy un travesti”, dice Francisco (23), dejando en claro que lo suyo es arte y que no tiene nada que ver con prostitución o travestismo. Hace la aclaración porque para la mayoría de las personas, travestis, transexuales y transformistas son lo mismo, pero contrario a lo que se cree son realidades muy distintas. Mientras los travestis se visten de mujer durante todo el día para, en muchos casos, ejercer la prostitución, los transexuales son personas que no estando conformes con el sexo con el cual los dotó la naturaleza, deciden recurrir a la cirugía para cambiarlo. En el lado opuesto están los transformistas, esencialmente artistas, que presentan sobre un escenario números musicales, encarnando personajes, generalmente del otro género.
En nuestro país no son pocos los que cultivan este arte. En Santiago la lista la encabezan Heather, la anfitriona del pub “Bokhara”; Francis Francois, la robusta figura de la “Bunker” y Maureen Junot, de la más antigua discotheque gay del país, la “Fausto”. En provincia los laureles son para Imán Pakarati, la multifacética mujer que se adueña del escenario de la disco “Zeuz” en Viña del Mar y para Kelly Taylor de la discotheque “Divas” de Concepción. En el sur, Valdivia, Puerto Montt y Temuco llevan la delantera. Eymy La Fond brilla alto en el pub “Illicit” de Angelmó, en Puerto Montt; Michelle Cañadas es el rostro de la capital de la novena región y en Valdivia durante mucho tiempo Dominique Ávalont y Alushka Bilver hicieron de las suyas en la Gaysoline.
Domi, la diva de Cutipay. Dominique es Manuel. De lunes a jueves trabaja en Osorno y los viernes se viene a Valdivia, donde cada fin de semana se pone una peluca, maquillaje, se sube a unos tacos y se transforma en Dominique Avalont, la reina de Cutipay. Cada sábado, como un ritual, comienza la metamorfosis que en un par de horas lo transforma en su alter ego.
Son pasadas las dos de la madrugada de una noche de sábado de abril del 2003 y el show está por comenzar en la Gaysoline. No hay telón que subir, ni grandes escaleras que bajar. Tampoco hay reflectores ni un gran decorado. De pronto la música deja de sonar y sube a escena el animador de la velada, que es el propietario del local. El robusto anfitrión hace un par de chistes que aluden a algunos de los presentes y anuncia, efusivamente, a la “dueña de casa”. Las luces bajan y con las primeras notas de una conocida canción salida de los parlantes del recinto, el público grita enfervorizado. Apenas escucha su nombre, se abre paso entre los presentes y se dirige hacia la pequeña tarima ubicada junto a la pista de baile. El trayecto entre el camarín y el escenario lo recorre en un par de segundos. Sube a escena en medio de los vítores y aplausos del centenar de personas que han concurrido bailar y ver el espectáculo.
La sensual voz de Thalía, prestada en los mudos labios de Dominique, hace que el público se identifique con frases como “no me enseñaste como estar sin ti, (...) como olvidarte sí nunca aprendí”. Rubia, alta, tan alta que casi llega al techo, la “diva” cautiva a los asistentes con su gesticulada mímica y ajustado vestido. Cuando la canción está por terminar, saca un cuchillo que mantenía oculto entre sus prendas y se lo entierra en el pecho, al tiempo que un chorro de sangre mancha su blanca indumentaria. La heroína de la canción cae muerta al piso por culpa de un amor que se fue. El público no se demora en pedir “otra, otra” o en gritarle “ídola”. La estrella teñida de rojo se levanta, baja raudamente los cuatro peldaños que la separan del público y corre a preparar la siguiente aparición. El improvisado camarín, una cocina readecuada, será testigo de otra camaleónica transformación.
Desde hace dos años Dominique es la anfitriona de Cutipay, como es conocida en el ambiente gay del sur, la discotheque ubicada poco más allá del puente del mismo nombre, camino a Niebla. Manuel mientras se ajusta el corpiño relleno de algodón que se le escapa de la diminuta prenda que usará para su segundo número, una especie de declaración de principios donde al final se saca la peluca, justo cuando la letra de la canción dice “a quién le importa lo que yo haga”. En cada aparición, Dominique, o “La Domi”, como le dicen sus cercanos, usa una tenida diferente. Durante la semana, compra telas para confeccionar él mismo las vestimentas que envidiaría cualquier reina de belleza.
A Valdivia los boletos. Llueve copiosamente sobre la ciudad del Calle Calle, la Gaysoline está repleta y un par de exuberantes figuras femeninas se mezclan entre la concurrencia mientras ojos inquisidores tratan de descifrar si se trata de mujeres de verdad o de hombres vestidos de mujer. Son Ámbar Holmes y Danka Pola, en realidad Fabián y Gustavo, dos muchachos que viajaron especialmente desde Temuco para realizar su show. De improviso la música se detiene y una fanfarria anuncia que el espectáculo va a comenzar. Instintivamente el público se repliega hacia los costados, formando un círculo al medio de la pista, “cucurucucucuuuuú”, dice la canción y Ámbar es la primera en salir al ruedo. Los presentes observan la estilizada figura que baila montada en unos zapatos de plataforma que la empinan sobre el metro ochenta. “La primera vez me saque la cresta”, señala Fabián (19) mientras recuerda sus primeras incursiones sobre unos tacos. Ingresó hace cuatro meses al mundo del transformismo, porque un amigo le presentó a alguien que manejaba este tipo de espectáculos en Temuco. “Lo hice una vez y me gustó, aunque quizás lo único que me incomoda es depilarme el pecho y las axilas”, confiesa. La transformación comienza con un ajustado calzoncillo que permite ocultar entre sus piernas el pene. Un grueso género de forma rectangular y unos elásticos contribuyen a disimular los testículos. “Yo lo hago así, pero otros son más sanguinarios y se meten los testículos dentro del cuerpo y se echan el pene para atrás, incluso algunos se envuelven con cinta de embalaje directamente la piel”, señala mientras lucha por ocultar su virilidad. Cuatro pares de medias evitan la depilación de las piernas. El vestido, la peluca, el maquillaje y los zapatos, comprados en complicidad con una amiga, hacen el resto.
Gustavo (20) lleva un año como transformista y su especialidad es homenajear a Madonna. “No hay transformista que alguna vez no la haya imitado, pero honestamente creo que soy uno de los que mejor lo hace”, dice con orgullo. Para Gustavo, la meta es llegar a Santiago y presentar su espectáculo en alguna de las discotecas de la capital. “Me encantaría algún día llegar a ser como Heather o la ‘Domi’, ella es ‘diva’, la admiro porque se hace todo sola”, señala. Tanto Gustavo como Fabián son manejados por Adolfo, un peluquero de Temuco que tiene como pasatiempo producir espectáculos revisteriles de transformismo.
Alushka, la enigmática. “Me considero un hombre y me visto de mujer sólo para el show”, asegura Francisco (23), tomando distancia de quienes antes o después del espectáculo interactúan con el público vestidos de mujer. “La primera vez fue terrorífico, yo no ‘cachaba’ nada. Un amigo me desafió a hacerlo y lo hice, no sabía andar con tacos, me maquillé pésimo, no fue una buena experiencia”, cuenta recordando su debut en Puerto Montt hace tres años. Hoy, es uno de los transformistas más conocidos y solicitados de Temuco al sur. Cada noche de sábado se convierte en
Alushka Bilver, una de las figuras estables de Gaysoline. “Ella nace y muere en el escenario, no existe si no es ahí. No tiene voz, no piensa, no es un personaje como la Dominique que cambia de pelucas y toma distintas identidades”, cuenta. “Alushka vive mientras dura la canción”, afirma. Cuando se pone la peluca, de largos cabellos castaños, ya está casi concluida la transformación. El vestido y un nuevo color de ojos, terminan por convertir a Francisco en la otra diva de Cutipay. Sobre el escenario no tiene ni el histrionismo ni la vitalidad de Dominique, sin embargo, casi sin moverse logra hipnotizar al público con esa mirada perdida, que recuerda a Marlene Dietrich o Rita Hayworth. Sobre el escenario no habla, porque para él, es grotesco que una mujer tenga voz de hombre. “Prefiero que Alushka sea muda para conservar esa magia”, señala este hombre que sin peluca y maquillaje sorprende por la ausencia de modales finos y gestos afectados. “Me encanta mantener un bajo perfil. Soy feliz cuando termino la actuación, me saco el maquillaje y me mezclo con la gente. Disfruto cuando las personas no saben que yo soy quién estaba hace un rato arriba del escenario”, dice.
Para Francisco transformarse en mujer es sólo un hobby, “lo hago mas por ‘hueviar’, que por otra cosa, sí con lo que me pagan me alcanza apenas para comprar el maquillaje”, cuenta. En efecto, por cada actuación un transformista en Valdivia gana cerca de diez mil pesos cuando la noche ha estado floja y quince sí el público ha sido numeroso.
Todas iban a ser reinas. Valdivia, sábado 24 de mayo de 2003, 23:30 horas. La Gaysoline está colmada de gente, es su aniversario y para su dueño, es el “evento del año”. En el pequeño camarín Dominique y Alushka, se preparan para salir a escena con un número que han ensayado por dos semanas. A ellas se suma, Paul o Michelle Cañadas, invitada especial desde Temuco. Sobre el escenario, un andrógino ‘Drag Queen’ de maquillaje recargado, baila sobre unos zapatos de plataforma de veinte centímetros, enfundado en un ajustado buzo de lentejuelas verdes que resalta a propósito su masculinidad. Es sólo parte del gran show preparado para tan magna celebración. Luego de un par de vedettos llega la hora de la verdad para las tres reinas.
Presentadas como si se tratara de superestrellas, esperan que las luces se apaguen y una tras otra ingresan a la pista de baile. Comienza a sonar un piano de fondo y las luces vuelven a encenderse. El público no lo puede creer. Un chico sorprendido comenta “la cagaron”. En el ambiente retumba “I will survive”, el clásico tema disco de Gloria Gaynor, que veinte años después de su lanzamiento, se ha convertido en el himno de los gays en el mundo. Y ahí están las tres divas, ataviadas con unos ajustados buzos multicolores que terminan en amplias plataformas y coronadas por unos gigantescos armazones cubiertos de flores de papel. Las tres, a imagen y semejanza de uno de los cuadros musicales más característicos de la película australiana “Las aventuras de Priscilla, la reina del desierto”, que en 1995 batió records de taquilla en el mundo, narrando las peripecias de un trío de hombres, que al igual que Manuel, Francisco, Paul y tantos otros, sueñan con mostrar, algún día, su espectáculo en las grandes capitales y de paso demostrar que lo suyo es arte y que nada tiene que ver con promiscuidad, con los que se les suele relacionar habitualmente. Termina la canción y el público las premia con una gran ovación. En el camarín es hora de volver a ser hombres. A la salida de la discotheque uno de los presentes comenta en tono de broma, “esta es una de las pocas veces en que una mujer me deja con la boca abierta”.